martes, 1 de enero de 2008

Japi niu ier, che

El viernes sonó el teléfono. Lo miré. Me le acerqué despacio, con miedo. Sabía que eso tenía que suceder. Pasa todos los años. Hace un mes también pasó. Y también temí. Esta vez, tuve que poner los pechos. Cuando dejó de sonar, con cautela infinita, me acerqué. Marqué lo que se marca para ver si hay mensaje. Sabía que era inevitable. Esa voz, esa voz tronó en mi cabeza como un obús. Cuando colgué, con las palabras filtrándose a través de mi oído hacia las capas mas profundas de mi subconciente, me eché, temblorosa, en un rincón. Iban a ir esos tíos con los que el viejo siempre termina discutiendo, cuando no se empeda antes y se va a dormir a las doce y dos minutos. También mi abuela, a la que una vez vi como la dentadura se le caía sobre la comida. Ni hablar de mis primos. Todo bien, ojo. Con ella, hay onda. Con él, la habría, si no fuera que sé, desde hace unos diez años, que si no le diera vergüenza ya se me hubiera tirado encima sin importarle que mi vieja sea hermana de la suya. No nos vemos seguido. Una vez al año, casi siempre por estas fechas. Vittel toné, pollo, ensalada waldorf. Que cosa. A mis compañeros de laburo les pasa casi lo mismo. Me tomé mi tiempo. El sábado llamé. Después de diez minutos en que madre largó el rollo de todos los años, logré cortar.
Que quieren que les diga. Prefiero hacerme una tartita, bajarme un vinito, un cuarto de helado, y si hay prensado, ni hablar. A veces me da por quedarme a mirar por la ventana como los giles hacen quilombo con lucecitas ruidosas y casi siempre berretas.
Otras, si tengo hombre, lo invito. Si es canchero, me acompaña con la cena. Si no, lo espero después de las doce, que la madre se ofende si se las toma antes del brindis. Y otras, tal vez las mejores, me cabe salir a caminar después de pintarme los labios de rojo, los ojos de negro, ponerme ese pantalón gastado que no puedo abrocharme y, con los borcegos con puntera metálica, salir a patearles el culo a los mamados que me dicen cosas. Algúna vez va a salirme mal.
O me violan entre cuatro, o, lo que es peor, mi vieja me convence y termino cenando pollo al horno con sabor a cartulina y el maldito, nauseabundo vittel toné.

No hay comentarios: