martes, 25 de diciembre de 2007

A veces me agradaria ser lesbiana


Y si, una se cansa de tanta hormona en estado de permanente ebullición, aunque el portador tenga sesenta years old. Ni hablar si a una le tocó en suerte (no es mi caso) tener un cuerpo de stripper, esas perras a quienes todas las demás quisiéramos comerles el páncreas, a ver si ahí se halla el secreto de tanta puta buena suerte. Aunque en el fondo, no importa demasiado. Las glándulas salivales de los primates del otro sexo funcionan sin atascarse las 24 horas. Adelante, total, algún mandril peludo va a pintar. Y si, una se cansa. Y es entonces cuando una piensa que tal vez, solo tal vez, no estaría tan mal probar otros cortes. Si, si, cuando una es hétero, la carne blanca puede parecer un tanto blanduzca. Pero vamos, que seguramente una sabría tocar a una otra con mas pericia que lo orangutanes ésos. Que se yo, una ya conoce como rozar una rajita, una sabe acariciar unos pezones. Quizás no vaya a ser lo mismo, pero tampoco hay que andar explicando todo, bancándose las malas caras cuando nos viene y lo que probablemente sea lo mejor: una ya sabe por donde va a venir. Esto tampoco pretende ser una glorización del lesbianismo. Nada mas lejos. Es, simplemente, que una se cansa.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Hubo un dia que los Beatles casi no me gustan.


Lo conocí en uno de esos pubs de 25 de Mayo y Paraguay una tarde de lluvia. Yo estaba con mi amiga Karina, gordita piola que sabe hacerse humo cuando la circunstancia lo requiere, tomando una Guiness tibia y aceitosa cuando lo vi dos o tres mesas mas allá. Como se sabe, algunos de esos pubs, además de verdes, son penumbrosos, por lo que dudé. ¿Era lindo como un amor de primavera? ¿Era una estrella, era un lujo? ¿O era, apenas, un rubio tarado? La cosa es que decidí hacerle ojitos, ya saben, le sonreí como una boluda. Karina, que le daba la espalda decía no, no, así no tarada. Pero a mí no me importaba. En un momento, el man levantó su jarra y brindó mirando hacia mí. Guauuuu. Karina, rápida de reflejos, me dió un beso y se las tomó, apurada. El tipo no tardó en aproximarse. Mientras nos saludábamos, yo pensaba en ese telo que queda en Tres Sargentos y Reconquista. No lo voy a describir. Al coso. Para qué. La cosa es que resultó medio pelmazo. Me habló de su trabajo en una empresa de publicidad, de sus últimas vacaciones en Pinamar y otras sandeces por el estilo. Yo le miraba los ojos verdes, las manos grandes, los antebrazos fuertes y seguía pensando en alguna habitación con aire acondicionado. Que hable, pensé, así no pregunta estupideces. Hasta que pasaron "And I love her" de los masters. Y el salame puso cara de asco.
¿No te copan los Beatles, che? pregunté algo sorprendida. Ni un poco, respondió. Dios mío.
Bueno loco, muy lindo todo, pero paró de caer agua y me las tengo que tomar. No hace falta, pago lo mío. Bueno, si te ofrecés. Te agradezco. Nos vemos, si, si.
Y me las piqué silbando "And I love her", desde ya.

Alguna vez fuiste mio. Pero fuiste.


En aquel momento
aciago
de mi vida
fuiste mío, primor.
Por Dios.
Recuerdo borracheras
de ginebra.
Fumadas de prensado
paraguayo.
Babeantes amistades
unineuronales.
Sábados de sexo
en habitaciones heladas
sobre colchones
chatos como panqueques.
Cuatro minutos y...
poderosos ronquidos
posteriores.
Ay, primor.
En aquel momento
aciago
de mi vida fuiste mío.
Por Dios.

Salga a cazar duendes, che. Embalsamarlos cuesta un poco, pero vale la pena.


El asunto es así. Una va a la ferretería del barrio, atendida por un morocho con pinta de estibador, pelito lacio hasta los hombros y ojitos grises, en caso de que la atienda un gordo calvo y mal afeitado no importa, una va a comprar elementos que sirvan para cazar gnomos, no de levante, aunque, obviusly, mataría la primera opción, y pide cualquier cosa que usted crea que pueda servir para cazar seres verdes, chiquititos y miserablemente escurridizos. Acto seguido, embolsa todo lo adquirido al efecto, se lo echa al hombro y se toma un bondi hasta Palermo. Ojo, no se confunda y caiga en Palermo Holywood o Soho o cualquiera de los otros, lo único que va a cazar ahí es algún boludo que se patinó medio sueldo en pilchas para parecer lo que no es y después no tiene ni para garpar los 25 mangos que sale una birra. Insisto. Mucho ojo. Mándese para el lado del Planetario, y que no sea un finde soleado, eh, que se llena de salames que juegan fulbito y borregos que se le escurren entre las piernas mientras los padres toman mate escuchando cumbia y se hacen los torlicas.
Así que, si ya está en los bosques cercanos al lago, un día de semana fresco y algo nublado, prepárese, ese puede ser un gran día. O no. Con los bichos imaginarios nunca se sabe, la verdad.
Bueno, comienza la odisea. Se agacha y con paso lento mira atrás de los árboles, bajo las piedras, entre los yuyos. Si así no consigue un pomo, que es lo mas probable, se tira al piso y comienza a reptar con movimientos gusanares. A los enanos esos, que son medio turros, les encanta la gente ridícula, se lo digo por experiencia. Si tiene suerte, al cabo de unas tres o cuatro horas de revolcarse como un irlandés después de San Patricio, puede que encuentre alguno. Sepa que, como buen descendiente de la Isla Esmeralda, será belicoso, por lo que tratará de sacarle un ojo o de aplastarle la cabeza. Yo recomiendo un buen insecticida. Lo deja tieso, o, en todo caso, asombrado y confundido. Ahí se lo guarda en la mochila y se lo lleva a su casa, donde tendrá buen cuidado de que no despierte, si sigue vivo. Entienda que por lo general son piromaníacos, les gusta el alcohol y someter sexualmente lo que sea, incluyendo animales domesticos. Se desconoce como reaccionan ante lemures, ornitorrincos y panteras negras.
Bueno, ya inmovilizada la simpática y cuasi brutal criatura, le hace una incisión por un costado y lo destripa. Ya vacío, lo llena de algodón empapado en líquido de embalsamar, deja que se seque y lo pone en alguna repisa. Después espere que llegue alguna visita. Nunca falta un boludo que le diga, con una sonrisa de pocos y podridos dientes "que lindo el Equeco, che" y le quiera poner entre los labios, al duende, claro, no a usted, un pucho encendido, a ver como lo fuma. Pero guarda, mire que el líquido de embalsamar es altamente inflamable. Consejo, cuando algún gil llegue a su casa de visita, no lo pierda de vista. O se la incendia o le afana ese cenicero imitación cristal que trajo de Necochea hace siete años, cuando todavía podía darse el lujo de irse de vacaciones y no tenía que andar arrastrándose por Palermo, cagado de frío, un día de semana buscando emociones fuertes.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Elegir un domingo para suicidarse es una grasada.


Alguna vez leí que los domingos tienen la tasa de suicidios mas alta de los días de semana. Prueba clara que la gente no tiene imaginación.
El domingo viene después del sábado, que si bien tiene una tarde que puede ser un embole, sigue con una noche que, a menos que una decida quedarse en casa mascando pochoclo frente a la tele con cara de paramesio, habitualmente es interesante.
Veamos:

En la semana conocimos un espécimen de largos cabellos oscuros (no demasiado largos) y ojos de miel a la salida de la facu (si es que una todavía está en edad de ir sin parecer una jefa de cátedra). El tipo esperaba a un amigo pero el salame no apareció (lo plantó una mina). Una le pasa por al lado y con disimulo lo mira de reojo. El man, que no está dispuesto a irse con las manos vacías, lo nota, que para eso los hombres son radares ambulantes, y se nos viene al humo. Pregunta, con cara de infinita curiosidad, si por casualidad no cursamos en la cátedra de un tal Damiani. Desde ya, el coso no existe, pero bueno, había que improvisar. Una, que ha sido abordada por infinidad de pechos lanudos, cabezas de rótula, estrábicos de hablar siseante y galanes de panza cervecera y léxico futbolero, por un vez que se le tira un ejemplar medianamente lógico y aparentemente ingenioso, pone cara de pensar, para finalmente decir que no, pero que si quiere ella conoce a alguien en el departamento de alumnos y lo acompaña a averiguar. El, con una sonrisa Colgate dice que no, que es demasiada molestia, y pregunta qué estudiamos. Una contesta con simpático desgano. Al cabo de un rato, si el pibe es hábil, nos arrancó el número de celu, el de casa, una salida para el finde y si nos quedábamos otro rato, hasta el corpiño sin quitarnos la remera. Llega el sábado. Salimos.
Pase lo que pase, una tiene la impresión que el domingo no puede ser tan malo.

Estamos en la cola del chino tratando que nos cobren las tres giladas que compramos. La cola que elegimos es, como ocho de cada diez veces, la mas lenta. Nos calentamos, dejamos todo sobre un estante y nos rajamos. Es sábado y no pintó nada.
Vamos al almacén de la vuelta y nos compramos dos tubos de cerveza negra. Llamamos a alguna amiga tan o más perdedora que nosotras y arreglamos encontrarnos en casa.
Ya es de noche. Nuestra amiga llega. Nos clavamos uno de los tubos sin comer nada. Pedimos pizza. No clavamos el otro tubo. Ya medio en pedo, buscamos alguna botella con líquido incoloro. Nos miramos. Levantamos los hombros y nos reímos. Dos horas después ella vomita en el piso del living. Una, que se conoce, y lo que es mejor, conoce como llegar al baño, corre a lanzar el hígado por el inodoro.
El domingo a las cuatro de la tarde abrimos los ojos. Nuestra compañera apoliya en una silla.
Nos sentimos demasiado mal para pensar en amasijarnos.

En Cinecanal, no nos da el presupuesto para HBO, dan una con Brad Pitt. El pibe muestra pectorales, bracitos venosos, piernas de corredor de maratones benéficas. Nos ponemos cachondas. Cuando termina la peli, ya son las doce y una se mira los dedos y sonríe.
Doce y media nos dormimos, sonrientes.
No habrá sido un buen sábado, pero el domingo estamos de buen humor.

Lo dicho. Matarse un domingo demuestra una invencible falta de imaginación. Mi tía Clarita, que según dicen, llegó a los cuarenta virgen, se bajó un frasco de nosequé un miércoles a la tarde.
Y me parece bien. Una no se va a andar matando un día de descanso, no?