viernes, 4 de enero de 2008

Hoy boxeo hoy, chicas

Me atrae, me encanta, me cachondea furiosamente ver dos tipos peleando. A veces, cuando estoy sola un sábado a la noche, pongo Space. Siempre, a eso de las once, hay dos monos llenos de músculos, fibras, grasas saturadas o lo que sea que se sacuden a lo mostro. Yo los miro, me acerco a la pantalla, me relamo. Y cuando hay sangre, que no es lo habitual, ni hablar.
Las neuronas se me fríen en su propio caldo. Pero más me copa ver a dos gordos medio pelados con olor a cabra bajarse de los coches y comenzar a darse en medio de la calle. No es común, pero he tenido el placer de ver una que otra riña. Una vez se me dió en la esquina de José María Moreno y Rosario. Yo andaría por los diez y seis, año más o menos. Venía del colegio, y me había bajado las medias y me había subido la pollera al salir. Eran momentos, o años, de hormonas tormentosas. Y, si no me equivoco, fue en ese momento en que supe que eso, ESO, no solo me gustaba. Era otra cosa. Ese hormigueo que con el tiempo una ya sabe inequívoco abajo de la bombacha. Eran tipos grandes, arriba de los treinta. Se mataron a piñas. Yo me senté en la entrada de un negocio y supe, ahí mismo, que esa noche, aunque no hubieran rostros ni nombres, que esa noche dos bolsas informes golpeándose no iban a dejarme dormir hasta que mis dedos conocieran un poco más de lo que ya conocían de mí misma.

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