jueves, 3 de enero de 2008

Las huestes del metal, convocadas

Hace un tiempo, no demasiado, me puse mi primer piercing. Decidí, por algún motivo que, como casi todos los motivos, no tenía razón alguna, ya que lo pensé en el momento, colocármelo en el labio inferior, sobre la comisura izquierda. El pibe, un flaquito de pelo muy amarillo para su tez oscura, tenía tantos ganchos en la cara que se le hubiera podido pegar una tarjeta magnética. Lo que no hubiera estado mal, un buen modo de tener siempre a mano el teléfono de la pizzería. Mientras me lo colocaba, yo, que lo miraba de reojo, no pude evitar el pensar en como sería tener sexo con alguien de rostro cuasi metálico.
Lo imaginé en una cunnilingus. Mientras solo utilizase la lengua, todo bien. Pero en cuanto se acercara... se llevaría algo de mí enganchado en algún lado. Preferí no seguir pensando. Para colmo hablaba. Yo, que lo seguía mirando, respondía con monosílabos. Cuando terminó, era bastante simpático, me pidió que vuelva, que el próximo me lo regalaba. Trato de decidirme.
Dónde colocármelo, si vuelvo, y si acepto el inevitable lance. A mi lista le falta, todavía, un tipo con cara de metal.

1 comentario:

Livio dijo...

Ojo!
A lo mejor un tipo con cara de metal es oro en polvo