viernes, 4 de enero de 2008

No pierdas tiempo, man. Hacete mujer y pasala bomba

Una noche, padre llegó a casa con una perra lanuda cuya raza nunca conocimos ni nos interesamos en conocer. Mi hermana y yo vimos en ella, creo ahora, algo así como la corporización del amor de padre por nosotras. Curiosamente nunca me pregunté, y en verdad sigo sin hacerlo, si ese animalito, esa especie de gólem canino hecho de pelo y amor paterno abarcaba también a mamá. Creo que no.
Con el tiempo, y no hizo falta demasiado, Iris, así la llamamos, pasó de un ser tierno y simpático a monstruo intolerable destructor de hogares. Comenzó manducandose todas esas flores horripilantes que padre cultivaba en las ochocientas macetas del balcón, y, a través de una senda creada con pilchas destrozadas, meadas en alfombras, eternos ladridos nocturnos hasta que una noche, cuando madre fue a acostarse, se encontró con una torre de mierda perfectamente erguida sobre el acolchado.
A diferencia de otras familias, mi viejo sostenía que ya iba a acostumbrarse, que no faltaba demasiado para que se calme. Madre, mi hermana y yo nos empacamos. La perra tenía que irse. Una tarde la perra desapareció dos o tres horas antes que padre llegue. Lo primero que le extrañó al entrar, a padre, obviamente, fue que el animal no se le abalanzara y le babeara los pantalones. No tardó en darse cuenta de lo sucedido.
Jamás preguntó nada. Jamás otro animal, cuadrúpedo o no volvió a entrar a nuestra casa.
Jamás sentimos, estoy segura, nosotras, tanto placer después de un triunfo.

No hay comentarios: