domingo, 23 de diciembre de 2007

Elegir un domingo para suicidarse es una grasada.


Alguna vez leí que los domingos tienen la tasa de suicidios mas alta de los días de semana. Prueba clara que la gente no tiene imaginación.
El domingo viene después del sábado, que si bien tiene una tarde que puede ser un embole, sigue con una noche que, a menos que una decida quedarse en casa mascando pochoclo frente a la tele con cara de paramesio, habitualmente es interesante.
Veamos:

En la semana conocimos un espécimen de largos cabellos oscuros (no demasiado largos) y ojos de miel a la salida de la facu (si es que una todavía está en edad de ir sin parecer una jefa de cátedra). El tipo esperaba a un amigo pero el salame no apareció (lo plantó una mina). Una le pasa por al lado y con disimulo lo mira de reojo. El man, que no está dispuesto a irse con las manos vacías, lo nota, que para eso los hombres son radares ambulantes, y se nos viene al humo. Pregunta, con cara de infinita curiosidad, si por casualidad no cursamos en la cátedra de un tal Damiani. Desde ya, el coso no existe, pero bueno, había que improvisar. Una, que ha sido abordada por infinidad de pechos lanudos, cabezas de rótula, estrábicos de hablar siseante y galanes de panza cervecera y léxico futbolero, por un vez que se le tira un ejemplar medianamente lógico y aparentemente ingenioso, pone cara de pensar, para finalmente decir que no, pero que si quiere ella conoce a alguien en el departamento de alumnos y lo acompaña a averiguar. El, con una sonrisa Colgate dice que no, que es demasiada molestia, y pregunta qué estudiamos. Una contesta con simpático desgano. Al cabo de un rato, si el pibe es hábil, nos arrancó el número de celu, el de casa, una salida para el finde y si nos quedábamos otro rato, hasta el corpiño sin quitarnos la remera. Llega el sábado. Salimos.
Pase lo que pase, una tiene la impresión que el domingo no puede ser tan malo.

Estamos en la cola del chino tratando que nos cobren las tres giladas que compramos. La cola que elegimos es, como ocho de cada diez veces, la mas lenta. Nos calentamos, dejamos todo sobre un estante y nos rajamos. Es sábado y no pintó nada.
Vamos al almacén de la vuelta y nos compramos dos tubos de cerveza negra. Llamamos a alguna amiga tan o más perdedora que nosotras y arreglamos encontrarnos en casa.
Ya es de noche. Nuestra amiga llega. Nos clavamos uno de los tubos sin comer nada. Pedimos pizza. No clavamos el otro tubo. Ya medio en pedo, buscamos alguna botella con líquido incoloro. Nos miramos. Levantamos los hombros y nos reímos. Dos horas después ella vomita en el piso del living. Una, que se conoce, y lo que es mejor, conoce como llegar al baño, corre a lanzar el hígado por el inodoro.
El domingo a las cuatro de la tarde abrimos los ojos. Nuestra compañera apoliya en una silla.
Nos sentimos demasiado mal para pensar en amasijarnos.

En Cinecanal, no nos da el presupuesto para HBO, dan una con Brad Pitt. El pibe muestra pectorales, bracitos venosos, piernas de corredor de maratones benéficas. Nos ponemos cachondas. Cuando termina la peli, ya son las doce y una se mira los dedos y sonríe.
Doce y media nos dormimos, sonrientes.
No habrá sido un buen sábado, pero el domingo estamos de buen humor.

Lo dicho. Matarse un domingo demuestra una invencible falta de imaginación. Mi tía Clarita, que según dicen, llegó a los cuarenta virgen, se bajó un frasco de nosequé un miércoles a la tarde.
Y me parece bien. Una no se va a andar matando un día de descanso, no?

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